La Unión Europea se arrodilla ante Turquía
Alvaro Vargas Llosa
Director del Center for Global Prosperity, Independent Institute. Miembro del Consejo Internacional de Fundación Atlas para una Sociedad Libre.


Desesperada por el más de un millón de refugiados que han ingresado en el último año, los miles que están en el limbo en Grecia y los que vendrán en el futuro inmediato, la Unión Europea se ha entregado a Turquía sin miramientos. Turquía, donde están refugiados dos millones de sirios y personas de otras nacionalidades de Medio Oriente o Asia central que han huido de conflagraciones espeluznantes, es el origen de muchos de los solicitantes de asilo que han cruzado el Egeo para colarse en Europa. Para frenar este flujo, la Unión Europea ha tenido que acordar con Ankara cosas de inspiración más bien mefistofélica.

A cambio de que Turquía reciba de regreso a los refugiados que están o que ingresen a Grecia en busca de un destino europeo, Europa pagará al gobierno del premier Ahmet Davutoglu, cuyo hombre fuerte es el Presidente Recep Tayyip Erdogan, 6 mil millones de dólares, permitirá el ingreso de los turcos sin visa y dará pasos decisivos para la plena incorporación de ese país a la unión de los 28.

Turquía lleva muchos años pretendiendo formar parte de la UE. Diversas razones explícitas -su no reconocimiento del gobierno de Chipre, su legislación autoritaria- y tácitas -el miedo a que 80 millones de musulmanes se pasen a Europa- han hecho que los europeos posterguen indefinidamente el ingreso turco. Pero ahora la crisis de los refugiados ha puesto a los europeos contra las cuerdas.

Hay una respetable escuela de pensamiento que cree que debió aceptarse a Turquía hace muchos años y que eso habría ayudado a modernizar al país,  evitando que se convirtiera en una ciudadela del autoritarismo y un aliado de ciertos países musulmanes enemistados con Occidente. Pero no esto es lo que está en discusión, sino más bien el tráfico impúdico que supone deportar refugiados en bloque en violación del derecho internacional, y dar al país receptor dinero y concesiones políticas mayúsculas en el preciso instante en que ese gobierno comete atropellos sistemáticos contra la libertad de expresión, los derechos de las minorías y las instituciones de la democracia. Erdogan acaba de cerrar el principal periódico crítico y ha desatado una guerra contra los kurdos en el sudeste de su país.

El acuerdo significa hacer la vista gorda ante el brutal deterioro de las instituciones, que Erdogan ha sometido a su imperio personal, y aceptar que viejos asuntos como la incorporación o no de Turquía a la Unión Europea pasen a ser objeto de un chantaje. No menosprecio con eso el problema que supone para Ankara tener a dos millones de refugiados sirios, pero lo que se ha negociado no es una solución sino un acto de extrema debilidad por parte de Europa a costa de los refugiados y los valores liberales.

Los europeos se defienden de las críticas diciendo que, por cada solicitante de asilo que haya ingresado ilegalmente y sea deportado, aceptarán a uno que ingrese legalmente y que los acogido serán distribuidos por diversos países. Es muy improbable que una mayoría de países europeos acepten su cuota, algo que ya se vio cuando la Canciller alemana dio hospitalidad a cientos de miles de refugiados el año pasado y sus vecinos se negaron a seguirle los pasos. Aunque no fuera así, el uso de refugiados por parte de Ankara para llevar a Europa a negociar asuntos bilaterales ajenos a la crisis migratoria recuerda ominosamente al uso que hizo Fidel Castro de los balseros, en 1980 y en 1994, para presionar a Estados Unidos en relación con temas que interesaban a La Habana.

 

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