La solución no es imposible, pero es inaceptable
Dardo Gasparré
Economista.


La columna suele ser rotulada de pesimista aún por amigos, seguidores y demás deudos. Esto se debe a que trata de resumir cada sábado la hipocresía nacional, que tal vez venga de la época de la colonia, o acaso la hipocresía universal, todavía más difícil de resolver. Tiene sentido ofrecer algunas ideas de solución para lograr ejemplificar el problema.
Permítase una aclaración ad límine: se ha hablado desde hace 30 años de una dolarización, como aquella que Domingo Cavallo ayudó a implementar en Ecuador. Tanto entonces como ahora parece una idea bastante lógica. Argentina se dedica a destruir sistemáticamente su moneda. Pero cuando se trata de implementar ese cambio, en cualquier época o instancia, termina siempre siendo rechazado, por los legisladores, el Ejecutivo, algunos expertos, los que dicen no comprender el mecanismo o esgrimen miles de argumentos para evitarlo. Incluyendo que se la acusa de implicar un freno brusco que mandará a todos a estrellarse contra el parabrisas. 
De todos modos, la dolarización es la frutilla del postre, el colofón, tal vez una manera de sellar un pacto o de redondear una política coordinada. Cualquiera que haya leído un paper con algunas de las propuestas serias en ese sentido, habrá tropezado en todos los casos con una frase parecida a esta: “Todo ello, mientras se desarrolla una política fiscal seria y presupuestariamente responsable”; esa frasecita es clave. Una política fiscal, o cambiaria, o presupuestaria, o monetaria seria y responsable es posible. Pero parece no ser aceptable.
GRADUALISMO
Ese simple concepto es lo que se conoció como gradualismo, que terminó en la parálisis por miedo del gobierno de Macri, y que curiosamente no fue inventado ni por el piqueterismo, que llegó a su masa crítica durante el ministerio del piquete y regalo  de Stanley, ni de los pobres, ni de los desempleados, ni del proletariado, sino de los empresarios del mítico Círculo Rojo, (curiosamente, nombre de una colección de novelas policiales), que tienen una alianza tácita con el sindicalismo corrupto para mantener las históricas prebendas que nacieron con Perón, simplemente porque para eso se inventó a Perón. 
Retrocediendo a 2015, varios de los notorios y consultados economistas de hoy, aún los líderes políticos que ahora agitan como modernos Faluchos la bandera liberal, escribieron largas y sesudas notas llena de ecuaciones donde se explicaban las ventajas de demorar con inventos monetarios y otros ardides más o menos científicos lo que todos sabían que era inevitable, pero también inaceptable. Lo llamaban gradualismo. 
Al discrepar de varios de esos entonces cruzados de la demora, este columnista se ganó el calificativo de burro, algo que tal vez merezca, pero por otras razones. El propio Macri recuerda en su libro y lo ha hecho en todas sus declaraciones recientes, cómo su gobierno fue obligado por sus supuestos amigos y funcionarios fieles a postergar los ajustes y cambios en nombre de la estabilidad social, las alianzas interpartidarias y otros viejos eslóganes. El gradualismo en resumen quiere decir: “Tu solución es buena, pero es inaceptable”. En un apretado resumen, ese concepto encierra un suicidio masivo, como el de los lemmings. 
Pero la vieja verdad sigue en pie. Si no se baja el gasto, y como consecuencia el déficit, lo que se llama el sistema argentino es capaz de generar inflación en pesos, dólares, oro, krugerrands, patacones, vales patroncósticos, maravedíes o pieles de castor, hasta inflación de votos. Con lo que necesariamente cualquier mecanismo de política monetaria es complementario y ciertamente puede ser útil y serio, pero no aporta a la solución profunda del problema.
Esto afirmación de la inviabilidad de las soluciones posibles, tiene un cierto sentido. A veces, se trata de una simple cuestión de supervivencia, o de sentido de riesgo inminentes, de defensa de los propios intereses o de la impunidad.  No hay ninguna manera de convencer a cinco o seis millones de desocupados, planeros y empleados del Estado de que la solución para que el país recupere la cordura es echarlos a todos y quitarles los subsidios, los estipendios, los planes, las limosnas o como se llame. Eso da pie a lanzar el concepto del famoso gradualismo, que en definitiva es un nadismo que patea para más adelante un problema que ya se sabe que será insoluble, o mejor, del que toda solución será inviable. Que será rechazado por los votos, la pedrea, el motín, el saqueo o el incendio.
Y esto que vale para los supuestos exclusivos culpables de la inflación y el déficit, vale para todo el sistema corrupto de licitaciones, coto de caza de empresas privadas desde hace 80 años, que se pueden nombrar una por una, a niveles de un robo descarado costosísimo. Como las tercerizaciones a privados, de la que se ha hablado aquí, como la obra pública y su heredero los servicios informáticos, una gran mentira que no sólo termina en altos costos e ineficacia, sino en juicios que se pierden todos. 
Y por supuesto, el proteccionismo con sus mil recursos, desde las patentes a las prohibiciones, a los recargos, al dólar controlado, las retenciones, los 20 tipos de cambio desesperados, la eliminación de la importación, que también crea inflación y aleja empleos, oportunidades y crecimiento. Argentina es un país en que llegó a aplicarse un impuesto a ciertos productos con el único objeto de eximir de su pago a dos o tres empresas privadas que se enriquecieron con ese monopolio. 
LA SALIDA
Claro que el problema tiene solución. Pero no la que se espera. Ni la que implique postergar nada. Véase el tema del gasto provincial y aún el de las intendencias. Fue el descarado exceso de esos gastos los que voltearon la Convertibilidad, más las deudas contraídas para financiarlo. Y no se trata solamente de que mucho de esos excesos enriquecen a los sátrapas locales a niveles obscenos, sino que tornan imposible cualquier manejo serio del presupuesto, expolian al resto del país e incumplen grave y descaradamente la ya permisiva Constitución de 1994 que obliga a dictar una nueva ley de Coparticipación. 
No solamente van casi 30 años de incumplimiento de ese mandato popular, que se dice acatar y respetar a ultranza cuando se trata de menudencias incumplibles, como la garantía de regalar una vivienda a cada uno, pero se ignora con desenfadada unanimidad por todo el arco político. 
Se desaprovecha una gran oportunidad no sólo de analizar racionalmente la forma arbitraria y oportunista en que se reparte la recaudación, sin política de Estado alguna, sino de volver a la Constitución de Alberdi, o mejor dicho de volver a Las Bases de Alberdi, ya que el Texto Constitucional de 1853 tampoco sigue sus preceptos. (Para los interesados en seguir la pista de la inflación)
Está claro que nadie presentará semejante plataforma. Porque en algún lugar secreto, semejante cambio sería necesario posible y factible. Pero de nuevo, inaceptable para la hipocresía nacional. Solución hay. Pero no lo vamo’ a asé, diría Minguito, el gran psicólogo de masas nacional. 
Ya se ha hablado aquí de los empleados del Estado de todas las jurisdicciones. No solamente su número es desproporcionado, sino que, como en geología, muestra un estrato de acomodados de todos los gobiernos. Alguien puesto por el gobierno A, puede ser desplazado por el gobierno B a un cargo intrascendente o ridículo, cualquiera fuera su idoneidad o preparación. Pero no será echado. Evidentemente, en algún momento semejante formato de despojo explotará, vía inflación, pedrea, sublevación o lo que fuese. No diferente al sistema de piqueteros con gordos propios (sindicalismo de desempleados, una carísima contradicción), o a las jubilaciones sin aportes previos, una estafa a los jubilados y al país, que termina en que hay más entenados que hijos. 
 ¿Como solucionar esos problemas? Por lo pronto, no dejándose entrampar con la pregunta afirmación “¿Y qué va a hacer con esos 3 o 4 millones de personas, los va a echar el primer día?” Pregunta de mala fe, porque supone que esos millones constituyen el gasto imposible de bajar sin generar una crisis de proporciones, un baño de sangre, como diría Lecter. 
Se puede bajar el gasto rápidamente y en un porcentaje muy alto, operando de otra manera. En vez de echar 2.000.000 de empleados públicos echar 100.000 privilegiados y no reemplazarlos. Y con ellos expulsar no sólo sus altos sueldos y viáticos, sino los costos de todas las cosas inútiles que hacen y gastan para justificar su propia existencia. El otro 1,900,000 deberá ser parte de un proceso de reubicación, reducción paulatina de subsidios, reinserción en el sistema privado, con objetivos cuantificables, fechas, montos, etc.  Y eso debe ser explicado, planificado y publicado.
¿Se puede hacer? Depende. Si usted es un inútil o un ladrón ocupando un carguito seguramente no. Pero si se toma en serio se puede hacer un pacto con la sociedad. Empezando con ese ajuste inmediato que será no menor del 40 o 50% del gasto. Englobar el gasto en dos o tres rubros es como esconder un elefante en un jardín: poner muchos elefantes. No. No vamos a echar 2.000.000 de personas, vamos a echar entre todos a 100,000 ladrones públicos vividores enquistados. ¿Se quiere hacer? -No. ¿Porque no es posible? - No. Porque no es conveniente ni aceptable. Semejante pacto, semejante compromiso, implica una madurez importante en la sociedad y en el sistema. No es dolarizar. Es adecentar y eficientizar. 
LACRAS
No es muy distinto el caso de las empresas del Estado, como Aerolíneas, Telam, TV Argentina y algunas otras. Deben cerrarse, sin vacilación ni demora, ni miedo. Los empleados serán rápidamente absorbidos por empresas privadas sin demasiada dificultad, y eventualmente se puede también determinar un mecanismo que cubra ese tiempo sin empleo. Otro pacto. ¿Pero cuánto se ahorra en robo, acomodos, gastos improcedentes, licitaciones comprando cualquier cosa, impedimento de crecer, comodidad, adaptación a las necesidades locales y del usuario? Ese gasto se puede bajar al instante, y es mayor que el gasto en personal. Si no se hace es por complicidad, por corrupción, por miedo a la reacción de los capomafia o por ideología. La solución existe, no es difícil. Basta con proponérselo. Pero es inaceptable. ¿Para quién? Para la mafia correspondiente. Depende de con quién se quiera estar bien. O a quién no se quiera molestar. 
Por supuesto que muchas de estas medidas y decisiones dependen de la legislación y gestión de quienes de alguna manera se creen beneficiados por el actual estado de cosas, es decir, por un país de estructura mafiosa. Para eso existe el voto. Por supuesto, el votante tendrá que hacer una excepción al concepto universal de que se vota con la emoción y tratar de votar con inteligencia, por primera vez. También ese paso parece tener solución, aunque no es aceptable. 
Argentina puede salir adelante con un nuevo pacto social, una suerte de Contrato Social, como ama decir la repartidora de platita e inflación Cristina Kirchner, sin saber muy bien de qué habla. Ese pacto supone que, al mismo tiempo que se reduce o elimina la comodidad de quienes cobran sin trabajar, se caiga simultáneamente contra los ladrones públicos. Los ganadores de prórrogas de licitación por 30 años sin concurso alguno. Los cómplices necesarios de la causa de los cuadernos, y de las situaciones similares que se han dado desde el militarismo empresario de los 40. Los que ganaron y ganan juicios contra el estado, sea porque está previsto así desde la misma licitación, o porque se soborna al sistema para que los abogados del estado dejen caer los plazos, una forma de entrega, traición y complicidad imperdonables. 
No habrá autoridad moral para despedir a un solo empleado del Estado, impedir las jubilaciones o pensiones de regalo o limitar los 10 planes de una familia, si al mismo tiempo no se va contra el delito de guante blanco, de prebendas pagas, de mecanismos fraudulento de venta al estado, de tercerizaciones de atorrantes camuflados como prestadores de servicios que devuelven a los funcionarios la mitad de lo que les pagan por factura, porque total, tampoco ofrecen ninguna prestación. 
Como se ha dicho aquí muchas veces, todos los presupuestos de todas las jurisdicciones deben ser reanalizados en base cero, rubro por rubro, caso por caso. Hay cómo hacerlo de modo imparcial y muy bajo costo. Y por primera vez obligaría a aplicar políticas de Estado. 
UNA FRASE REVELADORA
Se deben buscar y aplicar mecanismos de análisis y revisión que terminen en el jucio penal o económico contra quienes también tienen la culpa de la inflación, de la falta de trabajo, de la deuda, del odio a la importación y del odio a la exportación, finalmente. Contrapartidas mínimas que ofrecer a quienes están entre la pobreza y la mendicidad, parte por culpa propia, tal vez, pero que pueden decir como dicen algunos: “Estoy de acuerdo, no me pague un subsidio. Denme la oportunidad de conseguir un trabajo”. En ese momento, ante esa frase, seguramente cuesta mucho defender ideologías de cualquier tipo. 
Muchos sectores ideológicos que pregonan la eficiencia y la capacidad, han demostrado ser incapaces e ineficientes, por sumisión, omisión, convicción, corrupción o interesada inacción en plantearle a la sociedad integralmente el problema, y de encarar una solución simultánea, aunque los resultados no ocurran luego al mismo tiempo. Seguramente es difícil pedirles a los políticos que muerdan la mano que le da de comer, y viceversa a los empresarios que dejen de ser focas de los gobiernos y socios secretos de sus sindicatos, o al vago que se ponga a trabajar, o al estudiante que estudie. Y algo similar ocurre con el periodismo, que suele comprarse (o venderse) los argumentos falsos que ocultan las complicidades. 
Sin embargo, los inútiles, charlatanes y ganapanes de los equipos técnicos de los candidatos deben cambiar el foco de este mecanismo de hoy, un camino de frustración que terminará en tiranía para evitar la suerte de Luis XVI, y que someterá a una pobreza dickensoniana a la sociedad, si no está ya en esa instancia. El truco de hacerse el estúpido, fórmula mágica inventada por Felipe Solá, se agotó con el uso excesivo al que lo sometió Alberto Fernández. 
La pregunta, la gran duda, no es entonces si el país puede superar el momento trágico. El problema es si el sistema político, los candidatos para ser más precisos, son capaces de tener un gesto técnico, sensato y patriótico, además de inteligente. Hay que ser capaz de tener buenas ideas, que las hay, explicárselas a la sociedad y ofrecerle un pacto, una contrapartida, en vez de seguir prometiendo pavadas, reivindicaciones de pacotilla, logros de afiches, educación berreta y cloacas que sólo existen en la cabeza y en el alma de algunos dirigentes. 
Soluciones posibles hay. Pero todas requieren gestión de calidad y precisa. Si las ambiciones, la corrupción, la incapacidad, la desidia, la coima, la complicidad o la necesidad de un cargo, un conchabo o de acomodar a un (o una) amante hacen que esas soluciones sean inaceptables, entonces es hora de ser pesimistas. 
La sociedad sabe que así no se puede continuar. Al mismo tiempo, todavía no ha encontrado quien le explique por qué el sacrificio de cambiar el rumbo vale la pena, ni el tiempo que tomará en lograrlo, ni el modo en que ello se logrará. 
El voto, como se explica anteriormente, es siempre emocional y no racional. Los políticos no tienen la obligación de serlo. Al revés. Acaso por una vez, las PASO sirvan para algo. Aunque sea para hacérselos notar. Soluciones hay. Guay de aquellos que no tengan el coraje, la decencia y el talento de explicarlas, de planearlas, de trasmitirlas y de ejecutarlas. 


Publicado en La Prensa.

 

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