Haced lo que yo digo, pero no lo que yo hago
Dardo Gasparré
Economista.
Como sabe el lector, esta columna aborda normalmente los temas económicos, y sólo colateralmente hace referencia a otros aspectos. Teniendo en cuenta las enseñanzas de Mises, que definió para siempre a la economía como una ciencia social, esta nota se refiere a una catastrófica decisión (que por mesura habrá que considerar política) del Gobierno, que puede llegar a tener consecuencias muy profundas en el futuro del oficialismo, y, mucho peor, en el futuro de los argentinos.
Tal es la postulación para el cargo de ministro de la Corte Suprema de Ariel Lijo, sobre quien no hace falta hacer comentario alguno porque es largamente conocido por la sociedad, tanto por los múltiples beneficiarios de sus fallos, como por quienes durante varios años vieron con estupor e indignación su accionar al frente de su juzgado, lleno de favores y protección multipartidaria.
Retirados ya varios jueces emblemáticos por una lamentable y descarada gestión, Lijo es hoy el símbolo mismo del sistema de justicia argentino despreciado, condenado y execrado por todos, casi sin excepción.
Siempre que se habla de inversión, confianza, valor de la moneda, tasa de interés, riesgo-país, radicaciones, contratos, la primera frase que se escucha, inexorablemente, es que es imprescindible la seguridad jurídica. Pues es el sistema de justicia, en particular la Corte, quien justamente debe garantizar esa seguridad, para las empresas y para todos los ciudadanos.
Algo similar ocurre con el delito. Cuando se habla de la puerta giratoria, el crimen organizado desde las cárceles, la impunidad, la procrastinación, los funcionarios de todos los signos se ocupan de destacar que la mayor responsabilidad en el tema, que ha llegado a anular toda voluntad en las fuerzas de seguridad, radica en los fallos de la justicia. Zaffaroni simboliza la teoría del garantismo, el abolicionismo y la despenalización. Lijo simboliza para la sociedad, casi sin exclusiones, la práctica de esa teoría, por otros medios.
Algunas preguntas incómodas
A esta altura del análisis, cabe hacerse o hacer algunas preguntas:
¿Esto es lo que se espera cuando se habla de negociación? ¿Esto es el diálogo, la concertación, el no insulto, el gobierno participativo, afable, la unidad bajo el paraguas infinito y generoso de la patria, el Pacto de Mayo, la institucionalidad, la defensa de la Constitución y el concepto republicano? Y el Senado, ¿aprobará en una muestra de unidad y patriotismo esta designación, que no es otra cosa que un escupitajo de Javier Milei sobre el rostro sufriente de la sociedad?
¿Esta es la lucha contra las castas, la declamada y reiterada declaración de que no se negociará con el atraso, con la corrupción, con los autores del desastre, con el nido de ratas de la oposición?
Varias de las extrañas incorporaciones al equipo de gobierno se atribuyeron a falta de experiencia, desconocimiento de la política, carencia de gestores que obligaron a dejar en sus puestos a muchos cajeros del kirchnerismo y la Cámpora, toleradas por el mismo pueblo que un día decidió perdonar al idolatrado Hipólito Yrigoyen justificándolo al fantasear que para que no se enterara de las protestas del pueblo se le imprimía una edición falsa de La Prensa elogiando su gestión o se le mostraban manifestaciones fraguadas que lo vivaban. En este caso, las incoherencias éticas (que tienen consecuencias económicas) se atribuyen al entorno, a los que influyen al Presidente pero no piensan como él, y otras generosas tolerancias.
La última explicación es que detrás de la propuesta de Lijo para la Corte hay un acuerdo para aprobar la Ley de Bases, o para que no se derogue el DNU, o algún pacto de gobernabilidad. ¿En serio? El apoyo a los instrumentos que requiere Milei y la gobernabilidad misma penden de la postulación de ese juez? ¿Es un pacto o un pago? Un acuerdo para el futuro o un reconocimiento de soporte y aportes del pasado? Si entra Lijo también entra la sospecha. (Y sale la confianza)
Se dirá que esta postulación no afecta la economía. No sería raro, y no sería imposible que muchas de las medidas económicas tuvieran éxito.
Finalmente se trata de una población cuyo lema parece ser “roban pero hacen”, aunque hacer apenas signifique repartir prebendas y dádivas. Sin embargo la afecta. Este nombramiento le quita seriedad y sustento a todo el proyecto de cambio. Nadie que no persiga un fin inconfesable puede invertir en ese entorno. Nadie puede hacer un sacrificio como el que se exige a la sociedad si ése es el ejemplo y el futuro que se ofrece.
Si tal fuera el acuerdo, al menos el presidente se debería dejar de autoproclamar como un paladín anticorrupción, anticasta, antiratas y por el estilo. Porque hay une a sola pregunte que se le debe formular a Javier Milei, y que el presidente debe contestarse a sí mismo, frente al espejo, en su afeitada matutina: ¿usted seriamente cree que Ariel Lijo merece estar en la Corte? O mejor: ¿se merecen los argentinos una Corte en la que él sea ministro?
Y, ¿se merecen los argentinos un ministro de Justicia como Mariano Cúneo Libarona?
Es de esperar que el entorno no le saque a Milei el espejo cuando se afeita. Como a Yrigoyen.
Publicado en La Prensa.
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