El pérfido filibusterismo opositor
Dardo Gasparré
Economista.


Cada uno con su estilo, los diferentes sectores de la oposición libran su batalla más o menos evidente, más o menos artera, para lograr varios objetivos. El target oculto es que se gaste el tiempo de romance entre el presidente electo y la población, sin que se pueda plasmar ningún cambio. El más evidente es la vocación de que no se pueda bajar el gasto y entonces forzar a una emisión que garantice la inflación en los niveles massistas, lo que sería un tremendo fracaso para cualquiera, menos para el exministro milagroso, que tiene la piel amiantada y la sonrisa tatuada.
Bastó apenas un esbozo de las medidas y sobre todo de la decisión presidencial de mantener una política económica razonablemente seria para que la inflación de diciembre mostrara una reducción en los últimos diez días que sólo se puede atribuir a la generación de confianza, en una demostración más de evidencia empírica, un concepto que tanto niegan y desprecian los magos del bienestar instantáneo. 
Por eso resulta fundamental para el progresismo desembozado o disimulado que fracase o se diluya la desregularización, la desestatización y cualquier intento futuro de libertad de comercio y empresa. Sería la negación misma de la razón de ser de todas las ponencias que ha venido defendiendo abierta u ocultamente. 

SABOTAJE PERONISTA

Es evidente, por ejemplo, que el peronismo hará todo lo posible para que ni siquiera se llegue a tratar la Ley Omnibus, transformando cualquier debate o tratamiento parlamentario en una pelea o cuestión de principios, con pilas de ofendidos, enojados, agraviados, nerviosos y belicosos legisladores impidiendo cualquier debate racional. Sobre todo, evitando dar razones del porqué de su negativa a contener la inflación, el déficit, la emisión, la corrupción, el acomodo, la prebenda y el negocio de los subsidios. 
No se atreven a aceptar que proponen continuar con el desastre que la sociedad repudia, y entonces se niegan siquiera a considerar un cambio. El triste papel de Santiago Cafiero en la reciente reunión de la Comisión de Presupuesto no es solamente una muestra de grosería, incapacidad e ignorancia del excanciller. Es una estrategia partidaria. También se conoce como embarrar la cancha. Importa mucho que no haya cambios, y sobre todo, que no se note ninguna mejora vía esos cambios. El fracaso del país es un triunfo para el peronismo. 
Un escenario donde el gobierno desperdicie el tiempo con planteos judiciales de inconstitucionalidad o de formato, demoras y trabas en el tratamiento de las leyes, interpelaciones, acusaciones de espíritu monárquico es, para el exgobierno, un escenario ideal donde ni siquiera tiene que explicar su renuencia a cambiar un sistema fracasado y nefasto. 
Este paquete de recursos neutralizantes recuerda al filibustering o filibusterismo, que se ha aplicado tantas veces en el Congreso norteamericano. Con un reglamento que no pone límite de tiempo al discurso de los legisladores, éstos pueden hablar horas y horas de cualquier tema, hasta impedir una votación, o lograr que se venza el plazo legal para tratar una ley. De ese modo ridículo pero eficaz, logran que las leyes que no les gustan no se aprueben.

LA TRIFECTA

Pero no es el peronismo el único que usa ese sistema, aunque con formatos distintos. Lo usa la trifecta Elisa Carrió-Graciela Camaño-Margarita Stolbizer, en nombre de la Constitución, los reglamentos, la Biblia y la supervivencia, según el caso, que están dispuestas a dejar su vida en la lucha contra el cambio si sus instrumentos no son tan perfectos como si los hubiera escrito Jefferson o Montesquieu. 
También los usa el radicalismo, en especial la vertiente Nosiglia-Lousteau, que no sabría cómo subsistir si cayese el estatismo y el prebendarismo. También otros sectores radicales que se han pasado las últimas décadas oponiéndose al peronismo de palabra y formalmente, pero que se han ingeniado para ayudar a aprobar todas sus leyes. Y sus DNU, obvio, más allá del tono de indignación y exaltación democrática que los caracteriza. 
El radicalismo, y hasta un sector del PRO, son más sutiles, hay que aceptarlo. Pretenden ayudar a perfeccionar las leyes, para evitar rechazos, litigios, impugnaciones, inconstitucionalidades. Como si en tantas décadas hubieran demostrado una gran eficiencia en hacerlo. 
Ni hablar del comunismo de Bregman, que está dispuesta a rechazar cuanta propuesta venga del Gobierno, en nombre de los pobres que cree representar, que llegan al 2% de la población, según parece. Casi pobreza cero.
También están los gobernadores, del partido que fuese, que no tienen ninguna gana de que se los someta al lema “no hay plata”, una ofensa, casi. 
Y todos juntos están dispuestos a defender aberraciones como las PASO, o la boleta por partido subsidiada, o las listas sábanas de diputados, o sus salarios y viáticos como parlamentarios y de sus asesores, en nombre de los sagrados intereses de la Patria y la Constitución. (La Constitución que convenga, obvio)
Lo importante parece ser que ninguna ley se apruebe, o que se apruebe con tantos cambios y limitaciones que no tengan efecto alguno, o no sirvan para lo que fueron pensadas, o sean edulcoradas declaraciones. 

¿NEGOCIAR CON QUIEN?

Mientras tanto, una pléyade de expertos insta al gobierno a negociar, a hacer acuerdos. ¿Sobre qué? ¿Con quién? ¿Con la CGT peronista, con los piqueteros, con Cafiero, con los defensores de los pobres que quieren mantenerlos sumidos en la hiperinflación, con Carrió y su amor por Cristina, con Lousteau, con los asesores de legisladores que deberían ser echados sobre tablas, con un sistema político y judicial procrastinador y prevaricador, con Morales, con Insfrán, con el narco, con los políticos socios del narco, con el delito y sus patrocinadores? 
Por supuesto que el Gobierno ha incurrido en inconsistencias, omisiones y concesiones, empezando por la mismísima designación de la hermana del presidente como Secretaria Privada, o el haber dejado las grandes cajas en manos de los mismos que las saquearon y las seguirán saqueando, o la designación inexplicable de la ministra de Capital Humano. ¿Se quiere que eso aumente? Porque para la oposición, eso quiere decir “consensuar”: repartir el botín. También hay quienes creen que hasta aquí se ha sido demasiado condescendiente o blando en las propuestas, pese a las reacciones que se han provocado. Una ironía, seguramente. 
Nada sería más negativo para el sistema político-empresario-judicial-sindical argentino que el gobierno fuera exitoso en su lucha contra la inflación, en favor de la desregulación, la libertad y el crecimiento. Pondría en evidencia su inutilidad y su colusión en perjuicio de la sociedad. Y nada sería más peligroso para ese cuarteto infernal que el Ejecutivo tuviera éxito en su propósito de salir de la pobreza, la ignorancia, la decadencia y la corrupción. 
Una lucha desigual. De un lado, 55 % de los votos. Del otro, el cuartero infernal representado por esos cuatro pilares. La población quiere que el gobierno tenga éxito. El cuarteto infernal, no. Aunque declame lo contrario. El resto es hipocresía. Una especialidad. Su estrategia es lograr que Milei fracase. 


Publicado en La Prensa.

 

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