Latinoamérica, entre la aceptación y la resignación
José Verón
Se ha dedicado a investigar en las ciencias sociales, especialmente en el derecho, la economía, la administración, la psicología social y el periodismo. Su actividad principal es la docencia, en la que ejerce desde 1997, y la mediación, desde 2002.
En Latinoamérica, los obstáculos al
crecimiento y el desarrollo económico, muchas veces son más actitudinales que
aptitudinales. Son, más bien, lo que en psicología social se suele denominar
obstáculos epistemofílicos más que obstáculos epistemológicos. De esta manera,
la psicología social connota a los obstáculos e impedimentos que encuentra un
proceso, mas de tipo actitudinal que aptitudinal.
Nos hemos referido, en sucesivas oportunidades, a distintos obstáculos,
impedimentos, y escollos que las repúblicas latinoamericanas suelen encontrar
en sus procesos de crecimiento y desarrollo, también rastreables en sus
historias económicas y sociales respectivas. Y por lo general, de manera
cíclica y también reiterativa.
Podemos
tomar otro vector de análisis, que posiblemente arrojara más claridad acerca de
estas aproximaciones culturalistas e institucionalistas a la socio-economía.
Este otro vector es el del par aceptación-resignación.
El par ordenado aceptación- resignación es utilizado con provecho por
muchas escuelas y doctrinas psicológicas, y también por la psicología social.
Refiere en lo esencial a que, mientras que para el humano (y para el colectivo)
es fundamental y muy importante aceptar la realidad, no es menos importante,
también, no resignarse a esta realidad.
Aceptar la realidad deviene importante, si, porque desde la negación de
la realidad no es posible la adaptación dinámica a esta, que permita estar
situado, desenvolverse y actuar con lucidez y coherencia en la realidad. Pero
también es importante no resignarse a esta realidad, para tener los resortes
psicológicos y comportamentales necesarios para, desde la realidad, y con los
pies en la tierra, luchar con tesón, tenacidad y coherencia por mejorarla,
siempre, desde la realidad.
Y esto es importante, verosímilmente,
tanto para el humano como para el colectivo; es muy probablemente válida esta
proyección que hacemos, desde lo personal, a lo social y lo institucional.
Por ejemplo, en Argentina mucho tiempo su comunidad y su dirigencia
negaron la realidad; tal como ocurría en el plano personal de la vida, en
Argentina todavía creíamos durante mucho tiempo que los argentinos éramos, a lo
mejor, más europeos que los europeos, que Buenos Aires era más francesa que
Paris, y que estábamos a las vísperas de ser potencia mundial, por
encima—claro—de los EEUU. Despertar de estas ilusiones y fabulaciones fue duro
para los Argentinos, tanto personal como socialmente.
Pero en Argentina tiene lugar también un fenómeno paralelo; aceptada la
realidad, subsigue a veces la resignación a ella. Renegamos mucho para aceptar
la realidad, pero, una vez aceptada esta, bajamos completamente los brazos, nos
resignamos y ya no porfiamos ni luchamos más.
El negador de la realidad (sujeto o colectivo), suele porfiar tanto para
no aceptarla, que, habiendo dado su mejor y mayor esfuerzo para evitarla, sin
éxito, es como que queda “escarmentado”, “disciplinado”, y muchas veces ya no
lucha mas; por ello, cuando finalmente acepta la realidad, no le quedan
reservas psicológicas ni energías para, de ahí en más, luchar por mejorarla, en
una actitud básica de no resignación.
Esto es también típico de la Argentina;
la porfía por no aceptar la realidad económica y social y de relevancia geoestratégica
internacional del país fue—y todavía es—proporcionalmente mayor a las que pudieran
haber tenido lugar en otros países de Latinoamérica; y esta mayor porfía
consumió energías y fuerzas productivas económicas y sociales que, a la hora de
no resignarse, actitudinalmente no estaban disponibles, era difícil
actualizarlas, casi como catexias o sinapsis muy bloqueadas. Estábamos,
personal y socialmente, “escarmentados”, “disciplinados”, fue tanto el
esfuerzo—infructuoso—que hicimos, que ya no queríamos-podíamos-sabíamos- luchar
más. A nuestra tardía aceptación seguía sin solución de continuidad la
resignación. Y esto nos entrampaba, y nos entrampa, formidablemente, para
nuestras posibilidades concretas de crecimiento y de desarrollo, tanto en lo
económico y social como, también, en lo político e institucional.
Por ejemplo, mucho lucha la Argentina por
evitar las devaluaciones; echa mano de todo tipo de recursos, legales y no
legales—esto se comprueba en la historia económica argentina—por evitarla, en
el convencimiento de que será muy perniciosa y dañosa jurídica y socialmente.
Cuando finalmente, se la termina llevando a cabo (aceptación), bien podría la
dirigencia pública y privada, y la comunidad, aprovechar el envión económico de
la devaluación para, desde ahí, esforzarse y acometer la tarea de hacer más
productiva y competitiva a la economía (no resignación), para que se den en el
futuro ventajas competitivas auténticas y ya no sea necesaria la ganancia de
competitividad “artificial”, monetaria o nominal de la devaluación, que abarata
los precios de los bienes transables internacionalmente haciendo valer menos a
la moneda nacional, licuando—entre otros—también a los salarios.
Pero
no es esto lo que ha sucedido por lo general, ni en Argentina ni en
Latinoamérica. Se remecen las dirigencias en el envión económico de la
devaluación, aprovechándolo oportunistamente, descuidando además el marco
institucional y de derechos, sin corregir las distorsiones, ni las
ineficiencias estructurales de la economía, a sabiendas de que estas se van
acumulando y son considerables, y que llegara el momento que serán
insostenibles, pero se recae en este “stop and go” económico, hasta la próxima
devaluación, en una actitud que tiene algo de resignación porque “este país es
así”, y siempre lo será. O es muy difícil que no lo sea. Y esto trasvasa las
dirigencias, los ámbitos y los espacios.
Y posiblemente
el hecho de haber luchado denodadamente para evitar y no aceptar la
devaluación, habiendo entregado el mayor esfuerzo, de manera infructuosa, algo
tendrá que ver quizá con que, producida esta, por lo general se “abandona toda
esperanza” de que el país pueda reconvertirse y ser también productivo y las
dirigencias bajan mucho los brazos en el esfuerzo por hacer de la república un
país auténticamente competitivo; remeciéndose y aprovechando el “go” del
proceso, cíclicamente, hasta el próximo “stop”, en una actitud oportunista, muy
burocrática, acomodaticia y también resignada.
Es
importante ser conscientes de nuestros obstáculos actitudinales. Solo así
tendremos la valentía, el coraje y la decisión de enfrentarlos y afrontarlos,
para tratar de hacer las cosas mejor.
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