Abracemos la competencia más allá del Mundial de Fútbol

Federico Fernández
Senior Fellow del Austrian Economics Center (Viena, Austria). Presidente de la Fundación Internacional Bases (Rosario, Argentina). Premio
a la Libertad 2005, otorgado por la Fundación Atlas para una Sociedad Libre.
La competencia es normalmente presentada
como nuestro enemigo. Como una suerte de factor de desestabilización social. En
efecto, muchos se manifiestan a diario en contra de la competencia. Estas
demostraciones pueden provenir de taxistas que no quieren competir con Uber.
Hoteleros que se oponen a AirBnB. Agricultores franceses que se oponen al resto
del mundo. O presidentes que protestan contra China...
Cualquiera sea el caso, el punto es que
la competencia económica es demonizada a diario por diversos actores, de
taxistas a primeros mandatarios.
Por mi parte, estoy convencido que la
competencia es muy positiva. Y, lo que es más, que la misma es un valor social.
¿Qué son los valores? Cuando decimos que
una mujer es bella es porque creemos que dicha mujer participa de algún modo
del valor de la Belleza. Rocío Guirao Díaz, por poner un ejemplo, sin dudas que
participa del valor de la Belleza.
Siguiendo está lógica, cuando decimos
que un bien, un servicio, una empresa, una sociedad o un país es competitivo,
creo que estamos diciendo que, al menos, participa de tres valores. En primer
lugar participa de la (buena) economía. También lo hace de la capacidad humana
para la autosuperación. Y finalmente, participa del valor de la cooperación.
En pocos días comienza el Mundial de
Rusia. En el deporte estamos acostumbrados a abrazar la competencia. Por eso,
el fútbol europeo es un ejemplo muy bueno para entender los beneficios de
competir, tanto en lo individual como en lo colectivo.
Veteranos ya no más
Los equipos pertenecientes a las ligas
europeas intentan hacerse con los servicios de los mejores jugadores. Una vez
que los contratan, hacen todo lo posible para cuidarlos de la mejor manera.
No hace mucho tiempo, un jugador de 30
años era considerado un veterano. Cuando Diego Maradona jugó el Mundial de
Italia 90 tenía exactamente 30 años. Tan sólo cuatro años antes había marcado
el mejor gol de la historia de los mundiales frente a Inglaterra y se había
consagrado campeón del mundo. No obstante, la película oficial de la FIFA para
el el mundial de Italia se refiere a Maradona como “el viejo maestro de la
Argentina”. Ello no era equivocado para la época. A fines de los 80s y
principios de los 90s, era muy normal que un jugador de 30 años se encontrara
en el ocaso de su carrera. Los retiros a la de 31 o 32 años eran bastante
normales.
Actualmente tenemos muchas superestrellas
de más de 30 años. Cristiano Ronaldo, con sus 33 años de edad, es quizás el
caso más conocido. Pero dista de ser el único. Lionel Messi, próximo a cumplir
31 años, Andrés Iniesta (34), Gianluigi Buffon (40) o Iago Aspas con casi 31
son ejemplos de jugadores de más tres décadas que se encuentran en el más alto
nivel.
Sucede que el ambiente ultracompetitivo
del fútbol europeo ha impulsado a los equipos a prestar el mejor cuidado a sus
jugadores. Desde la utilización de las mejoras médicas, hasta a la medición de
todos los aspectos que tienen que ver con el entrenamiento, pasando por una
nutrición individualizada y estricta, han hecho que la vida útil de los
futbolistas se
estire en varios años.
En términos económicos la mejora también
es sustancial. Hoy en día un jugador mediocre de un equipo de mitad de tabla
español o inglés gane probablemente bastante más dinero del que ganaba el pobre
Maradona en la década del '80 y ni hablar Pelé más atrás en el tiempo.
El fútbol y el bosque
La competencia, además, cumple un rol
fundamental: el de poner a cada uno adonde se merece.
¿A qué me refiero? Es obvio que todo
jugador profesional desearía ser la figura estelar del Barcelona, Real Madrid o
Paris Saint Germain. Como bien sabemos, esos lugares son ocupados por Messi,
CR7 y Neymar. ¿Por qué? La respuesta obvia (y correcta) es porque son los
mejores. Pero, y esa es la pregunta interesante, ¿cómo sabemos que son los
mejores? Creo que lo sabemos porque estos jugadores enfrentan exitosamente una
doble presión competitiva. Por un lado, básicamente miércoles y domingo, ayudan
substancialmente a sus equipos a ganar (casi) todos sus partidos. Por el otro,
estos jugadores se destacan por encima de las estrellas de los otros equipos. A
la figura del Celta de Vigo le encantaría estar en el lugar de Cristiano o
Messi y, partido tras partido, da lo mejor de sí para tratar de acceder a ese
lugar. Pero sucede que la contribución que hacen estas megaestrellas a sus
equipos es tan espectacular que logra opacar a todos aquellos con quienes
compiten. Es esta presión competitiva la que los mantiene en un nivel tan alto.
Y lo mismo sucede con los duelos
personales entre las figuras como Messi y Cristiano. Estos dos, sin dudas, que
son feroces competidores. Pero lo que olvidamos muchas veces es que también
cooperan entre sí. La rivalidad futbolística entre ambos los lleva a dar todo
lo que tienen, en su competencia se ayudan a dar lo mejor de sí y transformarse
en la mejor versión de sí mismos. Cuando nos encontramos en una situación de
competencia, no sólo competimos sino que nos ayudamos mutuamente a mejorar.
Competencia es cooperación.
Lo que estoy diciendo lo explicó el
filósofo Immanuel Kant con su célebre metáfora
del bosque:
“Tal y como los árboles logran en medio
del bosque un bello y recto crecimiento, precisamente porque cada uno intenta
privarle al otro del aire y el sol, obligándose mutuamente a buscar ambas
cosas por encima de sí, en lugar de crecer atrofiados, torcidos y encorvados
como aquellos que extienden caprichosamente sus ramas... apartados de los
otros”.
Competencia o barbarie
Quizás lo que vengo diciendo esté bien,
pero qué sucede con la gente que no desea competir. Seguramente haya personas
que quieran tener una vida más relajada, que no los someta a las presiones
competitivas.
Una cuestión así se planteó en un evento
del Free Market Road Show (del cual
formo parte) en Grecia hace unos años. Un profesor universitario de Salónica
increpó a Terry Anker, un
emprendedor estadounidense, diciendo que los griegos “no quieren competir y
quieren una vida más fácil”. Terry contestó que el profesor podía muy bien no
competir, pero no podía prohibirle a Terry competir con él.
Creo que este punto es importantísimo ya
que no podemos
controlar ni los deseos ni las metas de los demás. Si somos libres de
perseguir nuestros objetivos, necesariamente habrá competencia. Hay sólo una
forma de escapar de la competencia: el uso de la violencia.
Si, por ejemplo, la empresa de correos
de un país no quiere competir lo va a tener que hacer a través de amenazas
legales contra potenciales competidores y clientes insatisfechos que busquen
alternativas. Sólo a través de la amenaza de ejercer violencia, ya sea
personalmente o bajo los auspicios del gobierno, es que podemos escapar de la
competencia. Y de esta manera, lo que estamos haciendo es cambiar la lógica del
mercado, que es la de la competencia pacífica, por la del estado, que es la de
la coerción y el uso de la fuerza.
Las cuatro ideas que te tenés que llevar
de este post
·
La
competencia es una ayuda fundamental para que nos convirtamos en la mejor
versión de nosotros mismos. Creo que nadie puede estar en contra de la
capacidad de autosuperación humana.
·
En
una sociedad libre, la competencia es inevitable. La única alternativa que hay
para escapar de ella es el uso de la fuerza. ¿Qué persona de bien puede estar a
favor de la violencia?
·
Eliminar
la competencia destruye el vínculo entre desempeño y recompensa. O, si querés,
entre lo que hacés y lo que recibís. Cuando quien provee un bien o servicio no
se somete a un mercado abierto competitivo, los incentivos se alteran
dramáticamente. En lugar de tratar de ofrecer el mejor producto al precio más
barato, lo que se intenta es convencer al burócrata o político de turno para
que impida a tus competidores entrar a determinado mercado. Esto no sólo achata
el nivel, haciendo que tengamos productos malos y carísimos, sino que genera
una sensación social de injusticia. Dejamos de ver empresarios para ver
cazadores en el zoológico. Y nuestros servidores públicos se transforman en
mercaderes de privilegios.
·
El
lema de Sonny, el personaje de la maravillosa película dirigida por Robert de
Niro “Una luz en el
infierno”, era que no hay peor cosa
que el talento desperdiciado. Si lo que vengo diciendo es cierto, una sociedad
que le escapa a la competencia se convertirá necesariamente en una sociedad
mediocre. En ella habrá una infinidad de talento desperdiciado... y esa es una
verdadera tragedia.
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