¡Es la ideología, imbécil!
Agustín Laje
Escritor. Galardonado con el Premio a la Libertad 2012,
otorgado por Fundación Atlas para una Sociedad Libre.
El socialismo del Siglo XXI es un proyecto de carácter ideológico y, por consiguiente, es la ideología –y no el mero pragmatismo– la que orienta la práctica política de los gobiernos latinoamericanos que adhieren a aquél, al menos en la mayor parte de los casos.
Frente a tal aserto podría señalársenos, a modo de refutación, y no sin cuotas de razón, que los referentes del socialismo del Siglo XXI no han puesto en práctica a nivel individual las ideas que profesan para el grueso de la ciudadanía. En otras palabras, que no aplican para sí mismos los criterios según los cuales pretenden ordenar (o más precisamente desordenar) la sociedad.
La lista de contradicciones es infinita: las impagables joyas de la “abogada exitosa” Cristina Kirchner no van de la mano con la imagen montoneril que pretende vender; la ignorancia del impostor Evo Morales respecto de los idiomas nativos de Bolivia no va de la mano con los plumíferos atuendos con los que procura inscribirse en el mito indigenista; las inmensas fortunas que se le conocieron a Hugo Chávez y al propio Fidel Castro no van de la mano con la prédica redistribucionista que promete la revolución socialista; la condición de egresado de Illinois de Rafaél Correa no va de la mano con sus muecas antiimperialistas, y así sucesivamente.
No se trata de poner en duda las hipocresías del socialismo. Eso se tiene muy claro. Después de todo, la hipocresía ha sido históricamente la regla general de la mayoría virtualmente absoluta de los socialistas que provienen de la llamada burguesía. De lo que se trata, al contrario, es de no perder de vista que, independientemente de las conductas personales de sus líderes, los gobiernos del socialismo del Siglo XXI están conducidos con arreglo a criterios ideológicos antes que pragmáticos, y sobre esta base hay que entender la Argentina que vivimos. Precisamente por desatender o desconocer este dato crucial, los partidos políticos que cumplen roles opositores en los referidos países llevan adelante un papel lamentable, exceptuando en los últimos tiempos a la oposición venezolana, que comprendió la naturaleza de la batalla ideológica que tiene lugar en la región.
En función de estas consideraciones es que podemos entender porqué, desde el inicio del kirchnerismo en 2003 hasta la fecha, todos los análisis políticos que avizoraban un cambio de rumbo en el sentido de la moderación y la rectificación, han terminado siendo erróneos. Las últimas promesas de mesura política fueron dadas tras la significativa derrota que sufrió el elenco K en el último octubre, y tras el consiguiente cambio de gabinete que, según intentaban de predecir voces optimistas, inyectaría dosis de racionalidad a una gestión dominada por anteojeras ideológicas.
Como se sabe, nada de eso ocurrió. Más bien, todo lo contrario. La economía sigue regida por el irracionalismo económico del marxista Axel Kicillof que nos conduce directo a una recesión con inflación. El Jefe de Gabinete Jorge Capitanich, presidenciable por algunos contados días, ha absorbido todos los cachetazos que las malas políticas del kirchnerismo le han endilgado, salvando el cuello de Cristina pero guillotinando el propio. En lo que hace a las relaciones internacionales, apoyos explícitos e incondicionales a la dictadura de Nicolás Maduro se han vomitado oficialmente. En lo referido a la inseguridad, un anteproyecto de un nuevo Código Penal pensado por delincuentes para beneficiar delincuentes es la perla de los últimos días (si para muestra basta un botón, entre los colaboradores de su confección se encuentra la Asociación Madres de Plaza de Mayo, apologistas de la delincuencia en todas sus formas, y responsables de uno de los actos más escandalosos de corrupción de los últimos años). Y, como frutilla del postre, hemos asistido hace no muchas horas al lanzamiento de Máximo Kirchner a la arena política a través de un reciente reportaje efectuado por Sandra Russo que, según se dice, lo sacará del quietismo y la nulidad política que tan característica en él ha sido desde siempre. ¿Será un intento desesperado de proseguir esta suerte de dinastía monárquica que nos rige?
Algo es claro: el histórico “vamos por todo”, como declaración de guerra al sistema republicano, sigue tan en pie como en los tiempos en que el kirchnerismo podía flamear la hoy mutilada bandera del 54%. Y es que según la última encuesta nacional de Management & Fit, sólo un 25% de los argentinos aprueba actualmente la gestión de Cristina Kirchner que, como una desquiciada al volante de un auto sin frenos, se dirige a máxima velocidad contra un inmenso paredón. El suicidio es el camino escogido ante la posibilidad de pegar un volantazo.
El problema es que ese auto, conducido por la ideología del socialismo del Siglo XXI, nos lleva en su interior a todos los argentinos.
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