Pretender seguir con la burla
Carlos Mira
Periodista. Abogado. Galardonado con el Premio a la Libertad, otorgado por Fundación Atlas para una Sociedad Libre.


Cristina Fernández siempre vivió una realidad que no era la verdadera. Lo cuenta muy bien Laura Di Marco en la biografía no autorizada que escribió de la entonces presidente. Toda su vida consistió en una lucha contra la verdad, desde quién fue probablemente su padre, hasta el colegio al que quería ir para aparentar una situación social diferente de la real, hasta su círculo adolescente que seguía sin responder a sus esencias.
Se trata de un sello; de una enorme empresa iniciada para tejer una verosimilitud frente a un espejo que devuelve, sin embargo, una imagen distinta.
Su gobierno fue eso: una farsa; la construcción de una enorme red de mentiras que a fuerza de repetirlas lograron permear una segunda naturaleza en la mente de Fernández hasta que ella misma se convenció de su existencia.
En esa misma línea acaba de aparecer en Ecuador, un país camino de la devastación propia del eje bolivariano y que no ha terminado de caer en la miseria venezolana por la simple razón de que en una de esas típicas latinoamericanadas a otro payaso que ocupó su presidencia se le ocurrió una vez adoptar el dólar como moneda de curso legal. Aquella extravagancia de Abdalá Bucaram es hoy el último tubito de oxigeno que ha puesto a Ecuador a salvo de la última etapa destructiva del socialismo del siglo XXI. De no ser por eso también estaría hoy limosneando un pedazo de papel higiénico para limpiarse el traste.
Pero, bueno, allí, en ese escenario Cristina Fernández dijo que en su gobierno no había pobreza en el país y que los índices dados a conocer ahora por el INDEC son completamente imputables a Macri y a su política.
Quizás habría que recordarle a la “ex ella” (como inteligentemente la llama Alejandro Borenstein) que durante el kirchnerato la población en villas miseria creció 260%; que la pobreza y la indigencia de toneladas de argentinos era comprobable a simple vista; que en doce años creció la población sin servicios de cloaca y agua potable y que el ahora convertido en índice estrella del kirchnerismo –el que publica el Observatorio de la Deuda social de la UCA- medía niveles del 30% de pobres sobre finales de 2015.
Cuando esos índices, dirigidos por el Licenciado Agustín Salvia, eran publicados, todo el kirchenrismo, comenzando por la ex presidente, salía a denostarlos y a acusar a la UCA de trabajar para los poderosos.
Siendo aún presidente “él”, se tomó la decisión “estratégica” de destruir el INCEC que fue ocupado a palazo limpio por las tropas paraestatales de Moreno para que, a partir de allí, estuviera al servicio de la construcción de una Argentina imaginaria, parecida a la que Laura Di Marco detalla cómo vida de Cristina Fernández.
Los índices de inflación pasaron a ser un dibujo delineado a punta de pistola por el Secretario de Comercio y el índice de pobreza dejó directamente de publicarse bajo el argumento kicillofista de que era “estigmatizante” para los pobres, como si lo estigmatizante no fuera la miseria sino el número que la pusiera sobre la mesa, haciéndola visible.
Resulta francamente repugnante que la ex presidente pretenda continuar burlándose así de los argentinos al solo efecto de seguir alimentando una vida de fantasía, como, probablemente, su mente tejió desde sus primeros años en Tolosa.
La caída estrepitosa del país en términos internacionales durante el mandato de los Kirchner, pese a las condiciones extremadamente favorables del comercio internacional que hicieron ingresar verdaderas fortunas al país, pusieron de manifiesto, lógicamente, el otro costado que -al lado de la mentira sistemática- fue la característica principal de aquel gobierno: el robo grosero y la corrupción más extraordinaria de la historia nacional.
¿Cuáles serán los resortes íntimos de la mente de Fernández para haber querido hacer de su vida una fábula?, ¿qué pliegues recónditos de su cerebro la acercarán a la felicidad de la mano de irrealidades tejidas a propósito para que ella misma se las crea? Es un misterio.
Lo que no es un misterio es lo que ocurrió en el país para que ella se diera el gusto. Fernández hizo algo mucho más grave que multiplicar exponencialmente la pobreza: la usufructuó; se valió de ella y de los pobres para construir sobre la demagogia un poder nunca antes concentrado en un solo puño.
En Ecuador se preguntó si los índices de pobreza que se le achacan fueran ciertos cómo hubiera reaccionado la prensa, que en su totalidad, estaba en manos de los grupos concentrados que se oponían a su gobierno. Otra fantasía escapatoria.
Los Kirchner construyeron el conglomerado de medios estatales, paraestatales y de propaganda política más impresionante que recuerde la historia argentina. Dividió la profesión periodística, introduciendo –siguiendo las directivas de Salvador Allende- la figura del periodista militante, un personaje dispuesto a decir que el sol brillaba a las tres de la mañana, si eso “contribuía a la causa”; causa que no era otra que el robo sistemático del cual parte de la profesión vivió y debería hoy avergonzarse.
Resulta obvio que los desvaríos psicológicos de una persona –desvaríos en los que entra para satisfacer quién sabe qué demanda química de su organismo- están más allá del control social. Pero cuando esas extravagancias afectan a quien ocupa el más alto cargo de la República, es imposible que esos extravíos individuales no terminen impactando en la suerte de la sociedad.
Es lo que le ocurrió a la Argentina: estuvo en manos de una mesiánica de la imagen y se dejó llevar por un cuento irreal que hoy aflora con en toda la magnitud de su impiedad.
 

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